"Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la HISTORIA de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal y como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra, me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden.” Lucas 1:1-3 VRV1960


martes, 21 de junio de 2011

¿Por qué triunfó el cristianismo? Segunda Parte

Continuamos con la exposición del historiador Isaías Arrayás Morales, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, España, titulada: ¿Por qué triunfó el cristianismo?, publicado en la revista “Clío”, N° 105.
V.- Una religión de masas

La desconfianza de las autoridades romanas y la coyuntural hostilidad popular hacia los cristianos no desapareció. Septimio Severo (193-211), fundador de la nueva dinastía de los Severos, en su intento de reforzar la autoridad imperial y el culto al emperador, adoptó medidas para frenar el avance del cristianismo, que percibía como un elemento distorsionador, y que saldaron con un buen número de “mártires”, sobre todo en Oriente y en África, la tierra natal del emperador. No obstante, esta situación no se prolongó demasiado y sus sucesores, la mayoría de origen sirio, acabaron por proteger a las religiones orientales, entre ellas el cristianismo. Incluso, el último miembro de la dinastía, Alejandro Severo (222-235 d. de C.), llegó a venerar en su ecléctica capilla privada al mismo Jesús, junto a Abraham, a Alejandro Magno o al místico filósofo pitagórico Apolonio de Tiana (3 a. de C. – 97 d. de C.), personaje elevado a los altares por algunos intelectuales para intentar contrarrestar la popularidad de Jesús.
Alejandro Severo
    Asimismo, durante los primeros años de la llamada “Crisis del siglo III”, momento de devaluación total de la institución imperial y de graves dificultades políticas y económicas en gran parte de los territorios del Imperio, se creó un ambiente favorable para una nueva difusión del cristianismo, porque esta religión prometía el alivio de los males terrenales mediante el anhelo de la salvación y de la vida eterna en el reino de Dios. Fue en este contexto cuando el cristianismo se convirtió definitivamente en una religión de masas, con obispos que comenzaron a ejercer su jurisdicción más allá de los núcleos urbanos, así como sobre amplias circunscripciones llamadas diócesis, que, grosso modo, coincidían con los límites administrativos romanos.
De la influencia del cristianismo no escapó ni la corte imperial y, de hecho, el efímero emperador Filipo el Árabe (244-249) parece que estuvo muy próximo a la fe cristiana, si es que no la abrazó. Sin embargo, esta universalización de la doctrina, trajo consigo una relajación de las costumbres, que afectó de manera muy notable a las jerarquías eclesiásticas, que comenzaron a ostentar honores y privilegios propios de las magistraturas civiles. Este fenómeno suscitó las críticas de pensadores como Orígenes o Cipriano, obispo de Cartago, que abogaban por volver a los viejos principios e ideales cristianos, así como la aparición de los primeros movimientos ascéticos que desembocarían en el fenómeno monástico en el siglo IV, partidario de llevar una vida dedicada a la oración, muy diferente a la practicada por la mayor parte de los obispos y el clero. Se produjeron también enconadas controversias, como la que enfrentó Calixto, obispo de Roma (217-222), proclive a conceder el perdón de los pecados cometidos tras el bautismo, y a Hipólito, radicalmente contrario a ello y que protagonizó un cisma en la Iglesia de Roma al ser proclamado también obispo por sus seguidores.
 
Emperador Galieno
VI.- La impotencia de Roma

     Paradójicamente, este éxito del cristianismo, que lo situaba en posición de amenazar los mismos fundamentos religiosos de la civilización romana, devino el causante de que volvieran a correr malos tiempos para las comunidades cristianas durante la fase final de la “Crisis del siglo III”. Lo cierto es que el nuevo emperador Decio (249-251), empeñado en restablecer la moral, los cultos y las tradiciones romanas, para así reforzar la unidad en torno a la institución imperial, volvió a percibir el cristianismo como un grave obstáculo para su proyecto, susceptible de provocar la disidencia en un momento en el que era necesaria la unidad para combatir las incursiones de los pueblos bárbaros, que presionaban el limes, así como los continuos pronunciamientos militares. De esta manera, Decio promulgó un edicto que obligaba a todos los cristianos a realizar actos públicos de sumisión al emperador y a los dioses oficiales, siendo perseguidos y ajusticiados todos aquellos que no lo hiciesen.

Años más tarde, entre el 258-259, fue le emperador Valeriano (253-260) quien iniciaría otra persecución contra los cristianos, en este caso dirigida a privar a la Iglesia de sus líderes y de su organización, a la que pondría punto y final su hijo y sucesor, Galieno (260-268). Los breves períodos de represión desencadenada por Decio y Valeriano dejaron gran número de víctimas, así como profundas secuelas en las comunidades cristianas, ya que muchos de sus miembros claudicaron ante las presiones de las autoridades romanas. Todo ello planteó una ardua controversia sobre si debían de ser aceptados de nuevo en la Iglesia o, por el contrario, permanecer al margen de ella. 

La última persecución sufrida por las comunidades cristianas aconteció con el emperador Diocleciano (284-305), artífice de una profunda y necesaria reestructuración política, económica y social del Imperio Romano, inaugurando lo que se conoce como Bajo Imperio. Al igual que Decio y Valeriano, Diocleciano vio en el cristianismo, ya solidamente organizado y con miembros de todas las esferas de la administración y el ejército, un serio obstáculo para llevar a cabo su proyecto de recuperación imperial. Es por eso que, en el año 303, emprendió una nueva persecución contra lo cristianos, sin duda la más intensa de todas las acontecidas, que puso a prueba la consistencia institucional de la Iglesia.
 

VII.- Un Dios, Un Rey,  Un Imperio

Con la desaparición de Diocleciano en el año 305, y el inicio de la guerra civil que se desató entre sus herederos, la intensidad de la persecución contra los cristianos se redujo notablemente, sobre todo en Occidente. No obstante, la presión sobre las comunidades cristianas se prolongaría, con más o menos intensidad, hasta el año 311, cuando Galerio, ante el poco éxito de las medidas, optó por dictar un Edicto de Tolerancia, que volvía a permitir el culto cristiano.

Constantino
A ello debió sumarse la ascensión al trono de Constantino, que consiguió el control de toda la pars occidentalis del Imperio en el año 312 y que se erigió en único emperador en el 324, acabando definitivamente con el sistema de gobierno tetrártico puesto en marcha por Diocleciano. A diferencia de sus predecesores, Constantino tomó conciencia de los beneficios que podían derivarse de la potenciación del cristianismo. El nuevo emperador decidió dar un giro radical a la situación y, tras ampliar el Edicto de Tolerancia de Galerio, con el conocido Edicto de Milán en el año 313, adoptó medidas a favor de los cristianos. Entre otras medidas les permitió que llegaran a ocupar cargos relevantes en la vida pública. Igualmente, optó por intervenir en los asuntos de la Iglesia, asesorado por el obispo Osio de Córdoba (256-357), tratando de acabar con los cismas y las divisiones internas.

Así, en el concilio de Arlés del 314 se condenó el donatismo [movimiento religioso  iniciado en el siglo IV en Numidia (la actual Argelia ), que nació como una reacción ante el relajamiento de las costumbres de los fieles], surgido en África a raíz de la controversia en torno a la reinserción de los cristianos que habían renegado de su fe durante las persecuciones- Asimismo, en el año 325, se convocó el concilio de Nicea, el primero ecuménico, precedido por el mismo emperador y al que acudieron unos 300 obispos de todo el Imperio, y que tuvo como resultado la condena del arrianismo [conjunto de doctrinas  desarrolladas por Arrio, presbítero (anciano) de Alejandria , el cual afirmaba que Jesús fue un ser creado con atributos divinos, pero no divino en y por Sí mismo] y la reafirmación de la consustancialidad del Padre y del Hijo.

Resulta controvertido desgranar las causas reales que movieron a Constantino a apostar de forma tan decidida por el cristianismo como nueva religión, capaz de proporcionar la cohesión ideológica que el Imperio necesitaba. Lo cierto es que, más allá del posible sentir del emperador, el cristianismo, religión monoteísta y con gran calado en todos los niveles sociales, (las negrillas son nuestras) se revela como una eficaz alternativa a la religión tradicional romana, susceptible de fortalecer la figura del emperador y de sostener la teoría de un absolutismo monárquico, según el cual el mundo terrenal estaba gobernado por un soberano absoluto, el emperador, mientras que el mundo divino estaba regido por un Dios todopoderoso. En este sentido, el cristianismo confluye con el neoplatonismo, el sistema filosófico más importante del paganismo tardío, y que tuvo a sus principales ideólogos en Plotinio (204-270 d. de C.) y en su discípulo Porfirio (234-301 d. de C.).

Según esta doctrina, la realidad suprema es el Uno, que es Dios, que se manifiesta y actúa a través del demiurgo emperador. Este monoteísmo neoplatónico, que presenta al emperador como el representante de dios en la tierra, confluyó también con la teología solar que encontró su máximo defensor en el emperador Aureliano (270-275), que la convirtió momentáneamente en la religión oficial. Así, ideología imperial, filosofía pagana y teología cristiana confluían en un monoteísmo utilizado por Constantino para estabilizar la institución imperial y volver a cohesionar el Imperio (las negrillas son nuestras). Por otra parte, también es cierto que el considerado “primer emperador cristiano” no se bautizó hasta el momento de su muerte en el año 337 y, mientras favorecía al cristianismo e incorporaba el crismón y la cruz en sus monedas y emblemas, continuó utilizando todos los símbolos paganos que remarcaban el poder imperial y no promulgó medidas contra la práctica de la religión romana tradicional.

Expansión del Cristianismo

 Con Constantino cristalizaría un extraordinario proceso de sincretismo religioso puesto al servicio del emperador, convertido en símbolo de Dios y encarnación del hijo de Dios en la tierra, y que tendría como finalidad devolver a Roma su esplendor. Sus sucesores acabarían por proscribir los cultos paganos, además de continuar la cruzada emprendida por Constantino contra los cismas y las herejías. Se trataba de un proceso que culminaría con el emperador Teodosio I (379-396), quien convirtió al cristianismo en la religión oficial del Imperio, mediante el llamado Edicto de Tesalónica del 380, y acabó prohibiendo cualquier rito y celebración pagana en el año 391. Sin duda, resulta cuanto menos sorprendente ver como, en menos de un siglo, el cristianismo pasó de ser perseguido por Roma a convertirse en la religión oficial del Imperio

martes, 7 de junio de 2011

¿Por qué triunfó el cristianismo? Primera Parte


El cristianismo es una de las cuatro religiones que se han establecido en el mundo. Cuenta con miles de seguidores en los cinco continentes. Es interesante notar que los primeros cristianos fueron víctimas de brutales persecuciones, sin embargo, el legado de Jesucristo continúa vigente.

¿Qué factores sociales y políticos intervinieron para que el cristianismo haya triunfado en el Imperio romano y que haya permanecido hasta nuestros días? La respuesta a esta interrogante nos las da el historiador Isaías Arrayás Morales, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, España, en un artículo interesante publicado en la revista “Clío”, N° 105, titulado: “¿Por qué triunfó el cristianismo?”, y el cual transcribo algunos de sus párrafos, a continuación.


“[el cristianismo]…Caracterizado por un estricto monoteísmo, basado no en un hecho mítico, sino en la figura de un personaje histórico, sus adeptos sufrieron persecución de las autoridades romanas durante los tres primeros siglos de nuestra era, si bien estos fenómenos represivos fueron intermitentes y ciertamente coyunturales, en relación con la situación política y social del momento (el subrayado es nuestro).

Lo cierto es que a finales del siglo IV d. de C., que se había inaugurado con la más cruenta e intensa persecución de los cristianos, el cristianismo se fue convirtiendo en religión mayoritaria hasta erigirse en la oficial del Imperio Romano, contando con el apoyo de la ley. A lo largo de las siguientes líneas, vamos a remontarnos a los orígenes del cristianismo, intentando desgranar las causas de su paradójico triunfo.

I.- La génesis de una nueva religión

Los inicios del cristianismo están indisolublemente unidos a la historia del Imperio Romano. Su fundador, Jesús, oriundo de Nazareth (una aldea de Galilea) era un judío que vivió en Palestina ya totalmente dominada por Roma y sometida a influencias culturales y religiosas muy diversas, que van a constituir el caldo de cultivo de la nueva doctrina.

Además del sustrato judaico fundamental y de los efectos derivados de la dominación romana, Palestina era también un territorio que bebía de la cultura helenística desde hacía mucho tiempo (…) el helenismo y el idioma griego, hegemónicos en todo el Mediterráneo oriental, fueron penetrando en la región, lenta pero inexorablemente, y ni tan siquiera la romanización ulterior, ni la lengua latina, pudieron desplazarlo.

Jesús, nacido bajo el gobierno del emperador Augusto (27 a. de C.- 14 d. de C.) hacia el año 4 a. de C., predicó su doctrina en tiempos del sucesor de éste, Tiberio (14-37 d. de C.), en una Galilea controlada por Herodes Antipas (4 a. de C.- 39 d. de C.), rey títere de los romanos, y en una Judea inserta en la provincia romana de la Syria Palaestinensis, gobernada por el prefecto encuestre Poncio Pilato (26-36 d. de C.). En su muerte decretada por Pilato, intervinieron de manera decisiva las autoridades religiosas judías, lo que atestigua la intensa conflictividad social y religiosa que vivía la Palestina de esos momentos, en la que había grupos beligerantes contra el poder romano (como los zelotes), y con unas élites judías conformistas y “colaboracionistas”, únicamente interesadas en mantener su status quo bajo el dominio inapelable de Roma.

…Por otro lado, hay que tener en cuenta que la Palestina de tiempos de Jesús ya tan sólo vivía una porción del “pueblo elegido”. Desde hacía varios siglos, los judíos se había ido dispersando por el Próximo Oriente y el Mediterráneo, a causa de las vicisitudes políticas y económicas sufrida por los Estados de Judá e Israel en los últimos cinco siglos, entre los que cabe recordar las deportaciones del año 587 a. de C., impulsadas por el rey babilónico Nabucodonosor II (605-562 a.C.), que pusieron a prueba la capacidad de adaptación y de supervivencia del pueblo judío. Por ello, ya en época de Jesús, se observa la presencia de nutridas comunidades judías en ciudades de la importancia de Alejandría, Antioquía o Babilonia, que seguían unas estrictas reglas para salvaguardar su idiosincrasia, su cultura y sus creencias, con la sinagoga como lugar de encuentro, donde celebrar sus ceremonias y fomentar la necesaria cohesión de sus miembros.

    Estas comunidades nacidas de la diáspora judía se hallaban profundamente influidas por el helenismo reinante en todo Oriente, siendo su lengua habitual el griego y habiendo adoptado formas de vida propia de las ciudades que la habían acogido. Ellas fueron el principal objetivo de las misiones evangelizadoras de los discípulos de Jesús, que las percibían como susceptibles de abrazar la fe cristiana.



II.- De Palestina al mundo

En la difusión del cristianismo tuvo un papel primordial la labor desarrollada por Pablo de Tarso. Nacido en esta ciudad de Cilicia (en el litoral suroeste de Anatolia), pertenecía a una familia judía de la tribu de Benjamín, lo suficientemente influyente como para haber obtenido la apreciada ciudadanía romana. Su lengua era el griego, si bien hablaba el arameo y fue educado en la ley mosaica, habiéndose visto directamente implicado en las disputas que se produjeron entre los discípulos de Jesús. Mientras el grupo encabezado por los apóstoles Pedro y Santiago no aspiraba a separarse del judaísmo tradicional y veía en Jesús al Mesías judío, el otro grupo de seguidores, formado en torno a Esteban e integrado principalmente por judíos procedentes de la diáspora, abogaba por alejarse de la ley mosaica, lo que le valió sufrir la represión de las autoridades judías, quizás en connivencia con la facción cristiana rival.

Mosaico del Apóstol Pablo
 
En este contexto, Pablo, militante fariseo, parece que fue el encargado de perseguir a los seguidores de Esteban en Damasco (actual Siria), siendo entonces cuando, según sus propias palabras, se les apareció Jesús resucitado, hecho extraordinario que determinó su conversión al cristianismo. Sus cartas informan de cómo trasladó el mensaje de Jesús, tras hacerlo pasar por su propio prisma, por Arabia, Siria, Asia Menor y las costas de Egeo. En su periplo toparía en no pocas ocasiones con la acción de los judíos, que veían en él, y en sus seguidores, a traidores de las tradiciones. También lo veían así los cristianos partidarios de no abandonar la ley mosaica, que constituían la tendencia mayoritaria. Todo ello condujo finalmente a su arresto en Jerusalén, a donde se había trasladado para limar asperezas con la que era la más influyente comunidad cristiana, y a su ulterior traslado a Roma, donde moriría, quizás en el transcurso de la persecución promovida por el emperador Nerón tras el gran incendio de la Urbs en el año 64 a. de C.

La titánica labor de Pablo, así como su elástica reinterpretación de la doctrina, explican que su concepción del cristianismo, al principio minoritaria, fuera la que acabara por imponerse ante las otras interpretaciones contemporáneas, mejor posicionadas. Pablo, llamado el “apóstol de los gentiles”, optó por un cristianismo en el que tenían también cabida los pagano y que se desmarcaba totalmente el judaísmo. Según su parecer, el mensaje cristiano no debía estar reservado en exclusiva a los judíos, que, al fin y al cabo, habían renegado del Mesías, lo que situaba a la nueva comunidad cristiana, abierta a todos los hombres de fe, como el auténtico “pueblo elegido”. Asimismo, el fracaso de la rebelión judía contra Roma en el año 70 d. de C., supuso el declive irreversible de la prestigiosa comunidad cristiana de Jerusalén, opuesta al pensamiento paulino, lo que allanó el terreno al predominio de la propuesta de Pablo.

Tras la desaparición del “apóstol de los gentiles”, las comunidades cristianas surgidas por todo el orbe iniciaron un proceso de consolidación y de necesaria cohesión, dotándose de unas incipientes instituciones inspiradas en la administración de las ciudades helenísticas y romanas, con un obispo (episcopos) a la cabeza, teórico heredero de un apóstol fundador. En este sentido, la coyuntura política del siglo II a. de C., va a ser favorable al desarrollo del cristianismo. La relativa paz y estabilidad del Imperio bajo el gobierno de la dinastía Antonina, así como la intensificación de las comunicaciones y a las relaciones comerciales entre los diferentes territorios provinciales, va a facilitar la consolidación de las comunidades cristianas y la difusión de la doctrina.

Si bien ésta continuaría teniendo su epicentro en las ciudades de Anatolia, Siria y Palestina, lo cierto es que el cristianismo comenzaría a proliferar con fuerza en el Mediterráneo occidental, así como en Mesopotamia, surgiendo comunidades en los principales centros urbanos de estas áreas, que utilizarían como lenguas vehiculares el griego, en el ámbito mediterráneo, y el arameo, en el próximo-oriental. Asimismo, las comunidades cristianas procuraron respetar escrupulosamente el orden romano establecido, alejándose de todo movimiento opositor y subversivo, pues el reino anunciado por Jesús no era de este mundo y, en consecuencia, su fe no era incompatible con el dominio terrenal ejercido por Roma.

III.- Inevitables fricciones

Celso, filósofo griego del siglo II
No obstante, los cristianos no pudieron evitar el conflicto con la sociedad y las autoridades romanas. La defensa a ultranza de su estricto monoteísmo y su rechazo radical de las demás religiones, incluida la oficial romana, suscitó el recelo del Estado, que, como mínimo, desde tiempos de Nerón ya era capaz de distinguir entre judíos y cristianos. Esto privaría al cristianismo de seguir gozando de la tolerancia y la protección de las que disfrutaba el judaísmo, dada su condición de religión nacional del pueblo judío. Asimismo, el hermetismo y el misterio con el que los cristianos celebraban sus reuniones dio pie a suspicacias y a rumores de toda clase, creciendo un sentimiento anticristiano en la sociedad romana, que no dudó en ser utilizado por las autoridades como válvula de escape de muchos problemas.

En este contexto, en el que los cristianos se habían convertido en las víctimas naturales de todo un tumulto urbano, surgiría un grupo de pensadores cristianos, cultos e instruidos en la filosofía griega, los llamados apologetas, que intentaron eliminar toda sospecha, demostrando que los cristianos no constituían grupos cerrados al margen de la sociedad y desleales a Roma, sino que, por el contrario, podían llegar a ser buenos ciudadanos, a pesar de no seguir la religión romana tradicional.

Orígenes de Alejandría
Estos autores cristianos, entre los que destacan el sirio Justino de Neápolis (100-165) o el africano Tertuliano de Cartago (160-220), entablarían intensos debates con pensadores paganos empeñados en demostrar todo lo contrario, como Celso, autor de un tratado contra los cristianos hacia el 180 d. de C., que sería rebatido por el egipcio Orígenes de Alejandría (185-254) a mediados del siglo III. Por otro lado, los cristianos adoptaron desde muy pronto la costumbre de fijar por escrito la narración del martirio sufrido por aquellos “hermanos” que sucumbían en las persecuciones promovidas por el Estado romano. De esta manera, surgió un nuevo género literario que hizo gozar a los mártires de una enorme popularidad, llegando a ser objeto de culto al nivel de los apóstoles y de los grandes profetas.

Cristianos primitivos martirizados en el Coliseo de Roma
    Precisamente, la figura de los mártires, ejemplos vitales a seguir y auténticos héroes de la fe, resultó decisiva en la tarea de captación de nuevos adeptos. Sin embargo, a pesar de que la tradición cristiana se empeñó en presentarlos en una atmósfera de permanente hostilidad (en la que los cristianos resistían estoicamente todas las agresiones y humillaciones de las que fueron objetos, según contaban esas fuentes cristianas), lo cierto es que, en circunstancias normales, las autoridades romanas no se interesaron demasiado por ellos, siendo las persecuciones esporádicas y vinculadas al mantenimiento del orden público.
 
IV.- Hacia la uniformidad y la ortodoxia

Paralelamente a los desencuentros con la sociedad romana, en el seno de las mismas comunidades cristianas se plantearon serias disensiones, producto de la diversidad de tradiciones doctrinales. Esta situación obligó a sus dirigentes, los obispos, a ponerse de acuerdo y fijar un conjunto de dogmas, reglas y prácticas unitarias, que constituyeran el germen de la Iglesia.

Aquellos colectivos que no las acataron y que continuaron siguiendo opciones doctrinales no contempladas, acabaron siendo considerados herejes. Entre ellos destacaron los gnósticos, opuestos a una integración en la sociedad pagana romana y también a una organización estricta basada en autoridades jerárquicas. Igualmente, alcanzaron gran importancia los movimientos surgidos en la península de Anatolia en torno al pensamiento de Marción y de Montano, que propugnaban una ascética rigurosa y denunciaban la relajación de las costumbres que se había producido en las comunidades cristianas.

Estracto de un libro del Nuevo Testamento
Esta lucha iniciada contra las herejías supuso un fortalecimiento de la posición de los obispos, que se reafirmaron como nexo de las comunidades y garante de la ortodoxia. Asimismo, éstos entraron en la dinámica de realizar reuniones periódicas, a imitación de los “concilios” celebrados por los gobernadores romanos con las autoridades municipales de su provincia, para así optimizar la lucha contra las herejías. Todo ello supuso una consolidación de la estructura de la Iglesia, cada vez más coherente y homogénea, y de esta manera, se fue fijando un corpus canónico de textos, escogido entre los considerados por la mayoría de comunidades cristianas como obra de los apóstoles, los llamados evangelios (en griego, “buena nueva”), que recordaban los actos y las palabras de Jesús, quien no había dejado escritos. Nacía el núcleo básico de la nueva alianza entre Dios y el hombre, del llamado Nuevo Testamento, como se le conoció para diferenciarlo del Antiguo Testamento, el reconocido por los judíos, para quienes el advenimiento del Mesías todavía no se había producido.

A pesar de las puntuales fricciones con la sociedad romana y de las disensiones doctrinales internas, el cristianismo consiguió consolidarse como religión durante el siglo II, cristalizando la institución de la Iglesia. También, logró extenderse por nuevos territorios, incorporando individuos de todos los estratos sociales, más allá de la plebe urbana, inculta y manipulable, que había constituido su primera cantera".

miércoles, 1 de junio de 2011

Jesucristo: El personaje histórico por excelencia. Segunda Parte

"Jesucristo es el centro de todo, y la meta hacia la cual todo se dirige"1
                                                                            Blas Pascal

    Blas Pascal (1623-1662), matemático, filósofo y teólogo francés del siglo XVII, apologista por excelencia, declaró que Jesucristo es el centro de todo. En su obra Pensées (Pensamientos), Pascal retrató a la humanidad como suspendida entre la miseria y la felicidad, e impotente sin Dios. Las personas intentan evitar el abismo buscando distracciones. Pascal denunció la idea de que la razón y la ciencia solas puedan llevar a una persona a Dios. Sólo experimentando a Cristo se puede conocer a Dios. 

     Este científico fue influenciado por las enseñanzas de Jesucristo y así como Pascal, muchas personas desde el años 33 D.C., han tenido en las enseñanzas de Cristo, un cambio drástico en su manera de pensar y por ende, en cambios significativos en la historia de la humanidad.

    La historicidad de Jesucristo, como vimos en el artículo anterior, es sorprendente. A lo largo de la historia, un gran número de escritores e intelectuales han dado testimonio de la influencia de Cristo en la sociedad. 

1.- Justino Mártir ( 100-162)

Filósofo y apologista. Nació en Flavia Neápolis. Al presentar su Defensa del Cristianismo ante el emperador Antonino Pío, hizo mención del informe de Pilato, el que Justino suponía estar preservado en los archivos imperiales. Para Justino las palabras:"Horondaron mis manos y mis pies", es una descripción de los clavos que clavaron en las manos y en los pies de Jesucristo. Dice también: "...y después que fue crucificado, los que le crucificaron echaron suertes sobre sus vestiduras, y las dividieron entre ellos; y puede usted informarse de que estas cosas fueron así en las "Actas" que fueron levantadas en tiempos de Poncio Pilato".

2.- Quinto Septimio Florente Tertuliano (160-220)

Vivió y murió en Cartago, actual Túnez. fue un líder cristiano y respetado escritor del siglo II de nuestra era. En su obra Apologeticus pro Christianis, hace mención del intercambio epistolar habido entre Tiberio y Poncio Pilatos: "Según Tiberio, en aquellos días el nombre cristiano hizo su entrada en el mundo, habiendo él mismo llegado a convencerse de la verdad de la divinidad de Cristo, presentó el asunto ante el Senado, con su propia decisión en favor de Cristo. El Senado por no haber él mismo dado su aprobación, rechazó la proposición de éste. César se mantuvo firme en su posición, amenazando con descargar su ira contra todos los acusadores de los cristianos" (Apología V.2)
 
3.- Philip Schaff (1819-1893)

  Historiador suizo del siglo XIX, autor de La historia de la iglesia cristiana, escribió lo siguiente: "Jesús de Nazareth, sin armas y sin dinero, conquistó mucho más millones que Alejandro, César, Mahoma y Napoléón; sin ciencia ni educación formal, El difundió más luz sobre las cosas humanas y divinas que todos los filósofos y eruditos juntos. Sin la elocuencia académica, El habló palabras de vida como nunca antes se habían pronunciado, y produjo efecto que se extienden más allá del alcance de cualquier orador o poeta. Sin escribir una sola línea, El ha puesto más plumas en movimiento e inspirado temas para sermones, discusiones, obras de arte, enciclopedias, y las más dulces canciones de alabanza, que toda la multitud de grandes hombres de los tiempos antiguos y modernos juntos. Nacido en un pesebre y crucificado como un malhechor, El controla el destino del mundo civilizado y rige un imperio espiritual que abarca una tercera parte de los habitantes del mundo".

    Donde quiera que el verdadero mensaje de Jesús ha llegado, pueblos y naciones han sido revolucionados. Erasmo de Rotterdam (1469-1536) escribió: "La suma de toda la filosofía cristiana se resume en esto: Poner toda nuestra esperanza únicamente en Dios, quien por su sola gracia, sin ningún mérito de parte nuestra, nos da  todas las cosas mediante Jesucristo".

   Podemos continuar citando eruditos, filósofos, escritores e intelectuales de todas las épocas que hacen referencia de la influencia de Jesucristo. Es muy, pero muy larga la lista. Sin embargo, nos atrevemos a confirmar que nunca un personaje en la Historia, ha tenido tanta relevancia como Jesucristo.

3.- Una dirección en la Historia

    En el Antiguo Testamento usted puede encontrar una "dirección" en la historia para distinguir a Jesucristo, de cualquier persona que haya vivido en la historia, en el pasado y en el presente. El Antiguo Testamento, fue escrito en un período de más de 1000 años; contiene más de 300 referencias de la venida de Jesús. Usando la disciplina de la probabilidad matemática, hallamos que la posibilidad de que se cumplan 48 de estas profecías en una persona, es de una en 10 elevado a la potencia de 157!

    Como observamos en la primera parte de esta presentación, la línea de la historia se parte en dos: Antes de Cristo y Después de Cristo. Sólo un personaje con tanta influencia, con tanta personalidad y con un legado que no ha podido ser erradicado de la sociedad, puede ser el Personaje Histórico por Excelencia. Nótese que nos referimos a Jesucristo como EL PERSONAJE; no como uno de los personajes. Esto porque El es: "Alfa y la Omega, principio y fin (...) el que es y que era y que ha de venir..." (Apocalipsis 1:8).

    ¿Desea usted conocer acerca de la persona de Jesucristo? Le invito a leer cualquiera de los cuatro Evangelios. En ellos se presenta a Jesucristo y su legado, para la humanidad.

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1 Mead, Frank, The Encyclopedia of Religious Quotantions. N.J.Fleming H. Revell Company.1976.P.90.