"Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la HISTORIA de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal y como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra, me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden.” Lucas 1:1-3 VRV1960


martes, 7 de junio de 2011

¿Por qué triunfó el cristianismo? Primera Parte


El cristianismo es una de las cuatro religiones que se han establecido en el mundo. Cuenta con miles de seguidores en los cinco continentes. Es interesante notar que los primeros cristianos fueron víctimas de brutales persecuciones, sin embargo, el legado de Jesucristo continúa vigente.

¿Qué factores sociales y políticos intervinieron para que el cristianismo haya triunfado en el Imperio romano y que haya permanecido hasta nuestros días? La respuesta a esta interrogante nos las da el historiador Isaías Arrayás Morales, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, España, en un artículo interesante publicado en la revista “Clío”, N° 105, titulado: “¿Por qué triunfó el cristianismo?”, y el cual transcribo algunos de sus párrafos, a continuación.


“[el cristianismo]…Caracterizado por un estricto monoteísmo, basado no en un hecho mítico, sino en la figura de un personaje histórico, sus adeptos sufrieron persecución de las autoridades romanas durante los tres primeros siglos de nuestra era, si bien estos fenómenos represivos fueron intermitentes y ciertamente coyunturales, en relación con la situación política y social del momento (el subrayado es nuestro).

Lo cierto es que a finales del siglo IV d. de C., que se había inaugurado con la más cruenta e intensa persecución de los cristianos, el cristianismo se fue convirtiendo en religión mayoritaria hasta erigirse en la oficial del Imperio Romano, contando con el apoyo de la ley. A lo largo de las siguientes líneas, vamos a remontarnos a los orígenes del cristianismo, intentando desgranar las causas de su paradójico triunfo.

I.- La génesis de una nueva religión

Los inicios del cristianismo están indisolublemente unidos a la historia del Imperio Romano. Su fundador, Jesús, oriundo de Nazareth (una aldea de Galilea) era un judío que vivió en Palestina ya totalmente dominada por Roma y sometida a influencias culturales y religiosas muy diversas, que van a constituir el caldo de cultivo de la nueva doctrina.

Además del sustrato judaico fundamental y de los efectos derivados de la dominación romana, Palestina era también un territorio que bebía de la cultura helenística desde hacía mucho tiempo (…) el helenismo y el idioma griego, hegemónicos en todo el Mediterráneo oriental, fueron penetrando en la región, lenta pero inexorablemente, y ni tan siquiera la romanización ulterior, ni la lengua latina, pudieron desplazarlo.

Jesús, nacido bajo el gobierno del emperador Augusto (27 a. de C.- 14 d. de C.) hacia el año 4 a. de C., predicó su doctrina en tiempos del sucesor de éste, Tiberio (14-37 d. de C.), en una Galilea controlada por Herodes Antipas (4 a. de C.- 39 d. de C.), rey títere de los romanos, y en una Judea inserta en la provincia romana de la Syria Palaestinensis, gobernada por el prefecto encuestre Poncio Pilato (26-36 d. de C.). En su muerte decretada por Pilato, intervinieron de manera decisiva las autoridades religiosas judías, lo que atestigua la intensa conflictividad social y religiosa que vivía la Palestina de esos momentos, en la que había grupos beligerantes contra el poder romano (como los zelotes), y con unas élites judías conformistas y “colaboracionistas”, únicamente interesadas en mantener su status quo bajo el dominio inapelable de Roma.

…Por otro lado, hay que tener en cuenta que la Palestina de tiempos de Jesús ya tan sólo vivía una porción del “pueblo elegido”. Desde hacía varios siglos, los judíos se había ido dispersando por el Próximo Oriente y el Mediterráneo, a causa de las vicisitudes políticas y económicas sufrida por los Estados de Judá e Israel en los últimos cinco siglos, entre los que cabe recordar las deportaciones del año 587 a. de C., impulsadas por el rey babilónico Nabucodonosor II (605-562 a.C.), que pusieron a prueba la capacidad de adaptación y de supervivencia del pueblo judío. Por ello, ya en época de Jesús, se observa la presencia de nutridas comunidades judías en ciudades de la importancia de Alejandría, Antioquía o Babilonia, que seguían unas estrictas reglas para salvaguardar su idiosincrasia, su cultura y sus creencias, con la sinagoga como lugar de encuentro, donde celebrar sus ceremonias y fomentar la necesaria cohesión de sus miembros.

    Estas comunidades nacidas de la diáspora judía se hallaban profundamente influidas por el helenismo reinante en todo Oriente, siendo su lengua habitual el griego y habiendo adoptado formas de vida propia de las ciudades que la habían acogido. Ellas fueron el principal objetivo de las misiones evangelizadoras de los discípulos de Jesús, que las percibían como susceptibles de abrazar la fe cristiana.



II.- De Palestina al mundo

En la difusión del cristianismo tuvo un papel primordial la labor desarrollada por Pablo de Tarso. Nacido en esta ciudad de Cilicia (en el litoral suroeste de Anatolia), pertenecía a una familia judía de la tribu de Benjamín, lo suficientemente influyente como para haber obtenido la apreciada ciudadanía romana. Su lengua era el griego, si bien hablaba el arameo y fue educado en la ley mosaica, habiéndose visto directamente implicado en las disputas que se produjeron entre los discípulos de Jesús. Mientras el grupo encabezado por los apóstoles Pedro y Santiago no aspiraba a separarse del judaísmo tradicional y veía en Jesús al Mesías judío, el otro grupo de seguidores, formado en torno a Esteban e integrado principalmente por judíos procedentes de la diáspora, abogaba por alejarse de la ley mosaica, lo que le valió sufrir la represión de las autoridades judías, quizás en connivencia con la facción cristiana rival.

Mosaico del Apóstol Pablo
 
En este contexto, Pablo, militante fariseo, parece que fue el encargado de perseguir a los seguidores de Esteban en Damasco (actual Siria), siendo entonces cuando, según sus propias palabras, se les apareció Jesús resucitado, hecho extraordinario que determinó su conversión al cristianismo. Sus cartas informan de cómo trasladó el mensaje de Jesús, tras hacerlo pasar por su propio prisma, por Arabia, Siria, Asia Menor y las costas de Egeo. En su periplo toparía en no pocas ocasiones con la acción de los judíos, que veían en él, y en sus seguidores, a traidores de las tradiciones. También lo veían así los cristianos partidarios de no abandonar la ley mosaica, que constituían la tendencia mayoritaria. Todo ello condujo finalmente a su arresto en Jerusalén, a donde se había trasladado para limar asperezas con la que era la más influyente comunidad cristiana, y a su ulterior traslado a Roma, donde moriría, quizás en el transcurso de la persecución promovida por el emperador Nerón tras el gran incendio de la Urbs en el año 64 a. de C.

La titánica labor de Pablo, así como su elástica reinterpretación de la doctrina, explican que su concepción del cristianismo, al principio minoritaria, fuera la que acabara por imponerse ante las otras interpretaciones contemporáneas, mejor posicionadas. Pablo, llamado el “apóstol de los gentiles”, optó por un cristianismo en el que tenían también cabida los pagano y que se desmarcaba totalmente el judaísmo. Según su parecer, el mensaje cristiano no debía estar reservado en exclusiva a los judíos, que, al fin y al cabo, habían renegado del Mesías, lo que situaba a la nueva comunidad cristiana, abierta a todos los hombres de fe, como el auténtico “pueblo elegido”. Asimismo, el fracaso de la rebelión judía contra Roma en el año 70 d. de C., supuso el declive irreversible de la prestigiosa comunidad cristiana de Jerusalén, opuesta al pensamiento paulino, lo que allanó el terreno al predominio de la propuesta de Pablo.

Tras la desaparición del “apóstol de los gentiles”, las comunidades cristianas surgidas por todo el orbe iniciaron un proceso de consolidación y de necesaria cohesión, dotándose de unas incipientes instituciones inspiradas en la administración de las ciudades helenísticas y romanas, con un obispo (episcopos) a la cabeza, teórico heredero de un apóstol fundador. En este sentido, la coyuntura política del siglo II a. de C., va a ser favorable al desarrollo del cristianismo. La relativa paz y estabilidad del Imperio bajo el gobierno de la dinastía Antonina, así como la intensificación de las comunicaciones y a las relaciones comerciales entre los diferentes territorios provinciales, va a facilitar la consolidación de las comunidades cristianas y la difusión de la doctrina.

Si bien ésta continuaría teniendo su epicentro en las ciudades de Anatolia, Siria y Palestina, lo cierto es que el cristianismo comenzaría a proliferar con fuerza en el Mediterráneo occidental, así como en Mesopotamia, surgiendo comunidades en los principales centros urbanos de estas áreas, que utilizarían como lenguas vehiculares el griego, en el ámbito mediterráneo, y el arameo, en el próximo-oriental. Asimismo, las comunidades cristianas procuraron respetar escrupulosamente el orden romano establecido, alejándose de todo movimiento opositor y subversivo, pues el reino anunciado por Jesús no era de este mundo y, en consecuencia, su fe no era incompatible con el dominio terrenal ejercido por Roma.

III.- Inevitables fricciones

Celso, filósofo griego del siglo II
No obstante, los cristianos no pudieron evitar el conflicto con la sociedad y las autoridades romanas. La defensa a ultranza de su estricto monoteísmo y su rechazo radical de las demás religiones, incluida la oficial romana, suscitó el recelo del Estado, que, como mínimo, desde tiempos de Nerón ya era capaz de distinguir entre judíos y cristianos. Esto privaría al cristianismo de seguir gozando de la tolerancia y la protección de las que disfrutaba el judaísmo, dada su condición de religión nacional del pueblo judío. Asimismo, el hermetismo y el misterio con el que los cristianos celebraban sus reuniones dio pie a suspicacias y a rumores de toda clase, creciendo un sentimiento anticristiano en la sociedad romana, que no dudó en ser utilizado por las autoridades como válvula de escape de muchos problemas.

En este contexto, en el que los cristianos se habían convertido en las víctimas naturales de todo un tumulto urbano, surgiría un grupo de pensadores cristianos, cultos e instruidos en la filosofía griega, los llamados apologetas, que intentaron eliminar toda sospecha, demostrando que los cristianos no constituían grupos cerrados al margen de la sociedad y desleales a Roma, sino que, por el contrario, podían llegar a ser buenos ciudadanos, a pesar de no seguir la religión romana tradicional.

Orígenes de Alejandría
Estos autores cristianos, entre los que destacan el sirio Justino de Neápolis (100-165) o el africano Tertuliano de Cartago (160-220), entablarían intensos debates con pensadores paganos empeñados en demostrar todo lo contrario, como Celso, autor de un tratado contra los cristianos hacia el 180 d. de C., que sería rebatido por el egipcio Orígenes de Alejandría (185-254) a mediados del siglo III. Por otro lado, los cristianos adoptaron desde muy pronto la costumbre de fijar por escrito la narración del martirio sufrido por aquellos “hermanos” que sucumbían en las persecuciones promovidas por el Estado romano. De esta manera, surgió un nuevo género literario que hizo gozar a los mártires de una enorme popularidad, llegando a ser objeto de culto al nivel de los apóstoles y de los grandes profetas.

Cristianos primitivos martirizados en el Coliseo de Roma
    Precisamente, la figura de los mártires, ejemplos vitales a seguir y auténticos héroes de la fe, resultó decisiva en la tarea de captación de nuevos adeptos. Sin embargo, a pesar de que la tradición cristiana se empeñó en presentarlos en una atmósfera de permanente hostilidad (en la que los cristianos resistían estoicamente todas las agresiones y humillaciones de las que fueron objetos, según contaban esas fuentes cristianas), lo cierto es que, en circunstancias normales, las autoridades romanas no se interesaron demasiado por ellos, siendo las persecuciones esporádicas y vinculadas al mantenimiento del orden público.
 
IV.- Hacia la uniformidad y la ortodoxia

Paralelamente a los desencuentros con la sociedad romana, en el seno de las mismas comunidades cristianas se plantearon serias disensiones, producto de la diversidad de tradiciones doctrinales. Esta situación obligó a sus dirigentes, los obispos, a ponerse de acuerdo y fijar un conjunto de dogmas, reglas y prácticas unitarias, que constituyeran el germen de la Iglesia.

Aquellos colectivos que no las acataron y que continuaron siguiendo opciones doctrinales no contempladas, acabaron siendo considerados herejes. Entre ellos destacaron los gnósticos, opuestos a una integración en la sociedad pagana romana y también a una organización estricta basada en autoridades jerárquicas. Igualmente, alcanzaron gran importancia los movimientos surgidos en la península de Anatolia en torno al pensamiento de Marción y de Montano, que propugnaban una ascética rigurosa y denunciaban la relajación de las costumbres que se había producido en las comunidades cristianas.

Estracto de un libro del Nuevo Testamento
Esta lucha iniciada contra las herejías supuso un fortalecimiento de la posición de los obispos, que se reafirmaron como nexo de las comunidades y garante de la ortodoxia. Asimismo, éstos entraron en la dinámica de realizar reuniones periódicas, a imitación de los “concilios” celebrados por los gobernadores romanos con las autoridades municipales de su provincia, para así optimizar la lucha contra las herejías. Todo ello supuso una consolidación de la estructura de la Iglesia, cada vez más coherente y homogénea, y de esta manera, se fue fijando un corpus canónico de textos, escogido entre los considerados por la mayoría de comunidades cristianas como obra de los apóstoles, los llamados evangelios (en griego, “buena nueva”), que recordaban los actos y las palabras de Jesús, quien no había dejado escritos. Nacía el núcleo básico de la nueva alianza entre Dios y el hombre, del llamado Nuevo Testamento, como se le conoció para diferenciarlo del Antiguo Testamento, el reconocido por los judíos, para quienes el advenimiento del Mesías todavía no se había producido.

A pesar de las puntuales fricciones con la sociedad romana y de las disensiones doctrinales internas, el cristianismo consiguió consolidarse como religión durante el siglo II, cristalizando la institución de la Iglesia. También, logró extenderse por nuevos territorios, incorporando individuos de todos los estratos sociales, más allá de la plebe urbana, inculta y manipulable, que había constituido su primera cantera".

No hay comentarios:

Publicar un comentario