"Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la HISTORIA de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal y como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra, me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden.” Lucas 1:1-3 VRV1960


martes, 21 de junio de 2011

¿Por qué triunfó el cristianismo? Segunda Parte

Continuamos con la exposición del historiador Isaías Arrayás Morales, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, España, titulada: ¿Por qué triunfó el cristianismo?, publicado en la revista “Clío”, N° 105.
V.- Una religión de masas

La desconfianza de las autoridades romanas y la coyuntural hostilidad popular hacia los cristianos no desapareció. Septimio Severo (193-211), fundador de la nueva dinastía de los Severos, en su intento de reforzar la autoridad imperial y el culto al emperador, adoptó medidas para frenar el avance del cristianismo, que percibía como un elemento distorsionador, y que saldaron con un buen número de “mártires”, sobre todo en Oriente y en África, la tierra natal del emperador. No obstante, esta situación no se prolongó demasiado y sus sucesores, la mayoría de origen sirio, acabaron por proteger a las religiones orientales, entre ellas el cristianismo. Incluso, el último miembro de la dinastía, Alejandro Severo (222-235 d. de C.), llegó a venerar en su ecléctica capilla privada al mismo Jesús, junto a Abraham, a Alejandro Magno o al místico filósofo pitagórico Apolonio de Tiana (3 a. de C. – 97 d. de C.), personaje elevado a los altares por algunos intelectuales para intentar contrarrestar la popularidad de Jesús.
Alejandro Severo
    Asimismo, durante los primeros años de la llamada “Crisis del siglo III”, momento de devaluación total de la institución imperial y de graves dificultades políticas y económicas en gran parte de los territorios del Imperio, se creó un ambiente favorable para una nueva difusión del cristianismo, porque esta religión prometía el alivio de los males terrenales mediante el anhelo de la salvación y de la vida eterna en el reino de Dios. Fue en este contexto cuando el cristianismo se convirtió definitivamente en una religión de masas, con obispos que comenzaron a ejercer su jurisdicción más allá de los núcleos urbanos, así como sobre amplias circunscripciones llamadas diócesis, que, grosso modo, coincidían con los límites administrativos romanos.
De la influencia del cristianismo no escapó ni la corte imperial y, de hecho, el efímero emperador Filipo el Árabe (244-249) parece que estuvo muy próximo a la fe cristiana, si es que no la abrazó. Sin embargo, esta universalización de la doctrina, trajo consigo una relajación de las costumbres, que afectó de manera muy notable a las jerarquías eclesiásticas, que comenzaron a ostentar honores y privilegios propios de las magistraturas civiles. Este fenómeno suscitó las críticas de pensadores como Orígenes o Cipriano, obispo de Cartago, que abogaban por volver a los viejos principios e ideales cristianos, así como la aparición de los primeros movimientos ascéticos que desembocarían en el fenómeno monástico en el siglo IV, partidario de llevar una vida dedicada a la oración, muy diferente a la practicada por la mayor parte de los obispos y el clero. Se produjeron también enconadas controversias, como la que enfrentó Calixto, obispo de Roma (217-222), proclive a conceder el perdón de los pecados cometidos tras el bautismo, y a Hipólito, radicalmente contrario a ello y que protagonizó un cisma en la Iglesia de Roma al ser proclamado también obispo por sus seguidores.
 
Emperador Galieno
VI.- La impotencia de Roma

     Paradójicamente, este éxito del cristianismo, que lo situaba en posición de amenazar los mismos fundamentos religiosos de la civilización romana, devino el causante de que volvieran a correr malos tiempos para las comunidades cristianas durante la fase final de la “Crisis del siglo III”. Lo cierto es que el nuevo emperador Decio (249-251), empeñado en restablecer la moral, los cultos y las tradiciones romanas, para así reforzar la unidad en torno a la institución imperial, volvió a percibir el cristianismo como un grave obstáculo para su proyecto, susceptible de provocar la disidencia en un momento en el que era necesaria la unidad para combatir las incursiones de los pueblos bárbaros, que presionaban el limes, así como los continuos pronunciamientos militares. De esta manera, Decio promulgó un edicto que obligaba a todos los cristianos a realizar actos públicos de sumisión al emperador y a los dioses oficiales, siendo perseguidos y ajusticiados todos aquellos que no lo hiciesen.

Años más tarde, entre el 258-259, fue le emperador Valeriano (253-260) quien iniciaría otra persecución contra los cristianos, en este caso dirigida a privar a la Iglesia de sus líderes y de su organización, a la que pondría punto y final su hijo y sucesor, Galieno (260-268). Los breves períodos de represión desencadenada por Decio y Valeriano dejaron gran número de víctimas, así como profundas secuelas en las comunidades cristianas, ya que muchos de sus miembros claudicaron ante las presiones de las autoridades romanas. Todo ello planteó una ardua controversia sobre si debían de ser aceptados de nuevo en la Iglesia o, por el contrario, permanecer al margen de ella. 

La última persecución sufrida por las comunidades cristianas aconteció con el emperador Diocleciano (284-305), artífice de una profunda y necesaria reestructuración política, económica y social del Imperio Romano, inaugurando lo que se conoce como Bajo Imperio. Al igual que Decio y Valeriano, Diocleciano vio en el cristianismo, ya solidamente organizado y con miembros de todas las esferas de la administración y el ejército, un serio obstáculo para llevar a cabo su proyecto de recuperación imperial. Es por eso que, en el año 303, emprendió una nueva persecución contra lo cristianos, sin duda la más intensa de todas las acontecidas, que puso a prueba la consistencia institucional de la Iglesia.
 

VII.- Un Dios, Un Rey,  Un Imperio

Con la desaparición de Diocleciano en el año 305, y el inicio de la guerra civil que se desató entre sus herederos, la intensidad de la persecución contra los cristianos se redujo notablemente, sobre todo en Occidente. No obstante, la presión sobre las comunidades cristianas se prolongaría, con más o menos intensidad, hasta el año 311, cuando Galerio, ante el poco éxito de las medidas, optó por dictar un Edicto de Tolerancia, que volvía a permitir el culto cristiano.

Constantino
A ello debió sumarse la ascensión al trono de Constantino, que consiguió el control de toda la pars occidentalis del Imperio en el año 312 y que se erigió en único emperador en el 324, acabando definitivamente con el sistema de gobierno tetrártico puesto en marcha por Diocleciano. A diferencia de sus predecesores, Constantino tomó conciencia de los beneficios que podían derivarse de la potenciación del cristianismo. El nuevo emperador decidió dar un giro radical a la situación y, tras ampliar el Edicto de Tolerancia de Galerio, con el conocido Edicto de Milán en el año 313, adoptó medidas a favor de los cristianos. Entre otras medidas les permitió que llegaran a ocupar cargos relevantes en la vida pública. Igualmente, optó por intervenir en los asuntos de la Iglesia, asesorado por el obispo Osio de Córdoba (256-357), tratando de acabar con los cismas y las divisiones internas.

Así, en el concilio de Arlés del 314 se condenó el donatismo [movimiento religioso  iniciado en el siglo IV en Numidia (la actual Argelia ), que nació como una reacción ante el relajamiento de las costumbres de los fieles], surgido en África a raíz de la controversia en torno a la reinserción de los cristianos que habían renegado de su fe durante las persecuciones- Asimismo, en el año 325, se convocó el concilio de Nicea, el primero ecuménico, precedido por el mismo emperador y al que acudieron unos 300 obispos de todo el Imperio, y que tuvo como resultado la condena del arrianismo [conjunto de doctrinas  desarrolladas por Arrio, presbítero (anciano) de Alejandria , el cual afirmaba que Jesús fue un ser creado con atributos divinos, pero no divino en y por Sí mismo] y la reafirmación de la consustancialidad del Padre y del Hijo.

Resulta controvertido desgranar las causas reales que movieron a Constantino a apostar de forma tan decidida por el cristianismo como nueva religión, capaz de proporcionar la cohesión ideológica que el Imperio necesitaba. Lo cierto es que, más allá del posible sentir del emperador, el cristianismo, religión monoteísta y con gran calado en todos los niveles sociales, (las negrillas son nuestras) se revela como una eficaz alternativa a la religión tradicional romana, susceptible de fortalecer la figura del emperador y de sostener la teoría de un absolutismo monárquico, según el cual el mundo terrenal estaba gobernado por un soberano absoluto, el emperador, mientras que el mundo divino estaba regido por un Dios todopoderoso. En este sentido, el cristianismo confluye con el neoplatonismo, el sistema filosófico más importante del paganismo tardío, y que tuvo a sus principales ideólogos en Plotinio (204-270 d. de C.) y en su discípulo Porfirio (234-301 d. de C.).

Según esta doctrina, la realidad suprema es el Uno, que es Dios, que se manifiesta y actúa a través del demiurgo emperador. Este monoteísmo neoplatónico, que presenta al emperador como el representante de dios en la tierra, confluyó también con la teología solar que encontró su máximo defensor en el emperador Aureliano (270-275), que la convirtió momentáneamente en la religión oficial. Así, ideología imperial, filosofía pagana y teología cristiana confluían en un monoteísmo utilizado por Constantino para estabilizar la institución imperial y volver a cohesionar el Imperio (las negrillas son nuestras). Por otra parte, también es cierto que el considerado “primer emperador cristiano” no se bautizó hasta el momento de su muerte en el año 337 y, mientras favorecía al cristianismo e incorporaba el crismón y la cruz en sus monedas y emblemas, continuó utilizando todos los símbolos paganos que remarcaban el poder imperial y no promulgó medidas contra la práctica de la religión romana tradicional.

Expansión del Cristianismo

 Con Constantino cristalizaría un extraordinario proceso de sincretismo religioso puesto al servicio del emperador, convertido en símbolo de Dios y encarnación del hijo de Dios en la tierra, y que tendría como finalidad devolver a Roma su esplendor. Sus sucesores acabarían por proscribir los cultos paganos, además de continuar la cruzada emprendida por Constantino contra los cismas y las herejías. Se trataba de un proceso que culminaría con el emperador Teodosio I (379-396), quien convirtió al cristianismo en la religión oficial del Imperio, mediante el llamado Edicto de Tesalónica del 380, y acabó prohibiendo cualquier rito y celebración pagana en el año 391. Sin duda, resulta cuanto menos sorprendente ver como, en menos de un siglo, el cristianismo pasó de ser perseguido por Roma a convertirse en la religión oficial del Imperio

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